miércoles, 12 de noviembre de 2008

SILENCIO

Llegó un día de Enero, quizá fuese martes, pero no lo recuerdo en realidad.
Con mirada triste echó un vistazo al vestíbulo y musitó un "hola" más diciéndoselo a sí misma que a los allí presentes.
Esa fue la única vez que la oí hablar.
Cuando volvió, sus ojos no reflejaban más que la oscuridad de la estancia. Alrededor de su muñeca izquierda una pulsera de plástico apenas escondía las magulladuras.
Con infinita paciencia intenté arrancar algún sonido de sus labios en los días que siguieron a su llegada, pero todo fue en vano. Al principio le hablaba, contándole cualquier banalidad que pasase por mi mente en ese momento, pero poco a poco yo también fui cediendo al mutismo absoluto que había hecho presa de ella.
El cambio de estación trajo un poco de luz a la habitación, tímidamente filtrada a través de la pequeñísima ventana, aunque el frío se negó a retirarse.
Algunos días cogía sus manos con suavidad, para no asustarla. Entonces ella me miraba y yo intentaba transmitirle algo de calor, una pizca de cariño que iluminase sus ojos grises. Nunca obtuve respuesta, ni siquiera un leve pestañeo que delatase algo de humanidad en ellos. Pero no dejé de intentarlo a pesar de todo.
Poco más de un año pasamos juntos día tras día, solos el uno frente al otro, en silencio.
Un buen día, desperté para descubrir que mi compañera de habitación ya no estaba.
Fuera la lluvia caía silenciosamente y, en medio de tanta calma, un trueno se escuchó a lo lejos, anunciando la inminente tormenta.